EFEMERIDES; 1964 Falleció en Buenos Aires JULIO SOSA (Julio María Sosa Venturini), cantor, poeta.

Sin lugar a dudas, Julio Sosa fue el último cantor de tango que convocó multitudes. Y en ello, poco importó que casi la mitad de su repertorio fuera idéntico al de Carlos Gardel, aunque también es cierto que interpretó algunos títulos contemporáneos. Como dice el investigador Maximiliano Palombo, «fue una de las voces más importantes que tuvo el tango en la segunda mitad de los años cincuenta y principios de los sesenta, época en que la música porteña pasaba por un momento no demasiado feliz».

Con el nombre de Julio María Sosa Venturini, nació en la localidad de Las Piedras, departamento de Canelones, Uruguay, el 2 de febrero de 1926, en el matrimonio formado por Luciano Sosa, peón rural, y Ana María Venturini, lavandera.

Apenas terminados los estudios primarios, la pobreza lo llevó a enfrentar la vida con cualquier conchabo que se le presentara. De ese modo, ejerció las más diversas ocupaciones: ayudante de mercachifle, vendedor ambulante de bizcochos, podador municipal de árboles, lavador de vagones, repartidor de farmacia, marinero de segunda en la aviación naval…
En agosto, lo descubrió el letrista Raúl Hormaza, que no demoró en acercarlo a Enrique Francini y Armando Pontier, que andaban con ganas de sumar un nuevo cantor al que ya tenían en su típica, Alberto Podestá. De ganar veinte pesos por noche en el café, pasó a los mil doscientos mensuales con Francini-Pontier.
En abril de 1953, pasó a la típica de Francisco Rotundo, con la que grabó en Odeón y de cuyas placas se recuerdan aún verdaderas creaciones como las de “Justo el treinta y uno”, “Bien bohemio” y “Mala suerte”.
En 1960 reveló su otro aspecto artístico, el de poeta, con la publicación de un único libro, Dos horas antes del alba. También incursionó en la letra tanguera con una muestra Seis años, que lleva música de Edelmiro D’Amario.

A comienzos de 1960, se desvinculó de Pontier decidido a iniciar su etapa de solista. Convocó, entonces, al bandoneonista Leopoldo Federico para que organizara su orquesta acompañante. Con ella comenzó a grabar para el mismo sello en que lo hacía con Pontier, Columbia, en 1961, cuando ya estaba firmemente emplazado en el gusto popular.

El periodista Ricardo Gaspari, titular del departamento de prensa y promoción de la grabadora, lo bautizó El Varón del Tango y de igual modo tituló a su primer larga duración.

Al margen del tango y la poesía, Sosa tuvo otra pasión los automóviles. Fue propietario de un Isetta, un De Carlo 700 y un DKW modelo Fissore; con los tres terminó por chocar, debido a su gusto desmedido por la velocidad. El tercero resultó fatal. Durante la madrugada del 25 de noviembre de 1964, se llevó por delante una baliza luminosa en la esquina de la avenida Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla (Buenos Aires).
Fue internado en el Hospital Fernández y luego trasladado al Anchorena, en el que dejó de existir el día 26 a las 9:30 horas. Sus restos comenzaron a ser velados en el Salón La Argentina y el exceso de público obligó a continuar el velatorio en el Luna Park (legendario estadio de box con capacidad para 25.000 personar). El 24 había cantado por radio su último tango, “La gayola”. El final parecía profético «pa’ que no me falten flores cuando esté dentro ‘el cajón»